El 90% de los que nacen pobres, mueren pobres, por más esfuerzos o mérito que hagan; mientras que el 90% de los que nacen ricos, mueren ricos, independientemente de que hagan o no mérito para ello”, Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía.
Los “milmillonarios”
En su denuncia de la magnitud de la desigualdad económica a nivel global, Oxfam se centra en la desigualdad económica, ya que es este tipo de desigualdad la que alimenta el poder político de las élites, además de perpetuar la desigualdad durante generaciones. En ese sentido, afirma que, recientemente, algunos analistas han planteado la posibilidad de “abolir a los milmillonarios”, sugiriendo que son un síntoma de mala salud económica, y no de una buena economía. Alrededor una tercera parte de la riqueza de los milmillonarios proviene de herencias, lo cual ha dado lugar a una nueva aristocracia que debilita la democracia.
Lo que sucede es que garantizado el patrimonio de las grandes fortunas adquiere vida propia: los más ricos se sientan a ver cómo crece su dinero, gracias a asesores muy bien pagos que consiguieron que su riqueza genere, en promedio, una rentabilidad anual del 7,4% en los últimos diez años. Por ejemplo, Bill Gates tiene un patrimonio de 100.000 millones de dólares, el doble que cuando dejó de estar al frente de Microsoft.
Si permitimos que el sistema económico distribuya los frutos del crecimiento de forma tan desigual, jamás lograremos erradicar la pobreza.
Tan solo el 4% de la recaudación fiscal mundial procede de los impuestos a la riqueza, y está demostrado que las grandes fortunas eluden hasta el 30% de sus obligaciones fiscales. Las empresas pagan bajísimos impuestos, así los más ricos aprovechan los beneficios obtenidos por aquellas empresas de las que son los principales accionistas; entre 2011 y 2017, los salarios promedio en los países del G7 se incrementaron en un 3%, mientras que los dividendos de los accionistas lo hicieron en un 31%. Si permitimos que el sistema económico distribuya los frutos del crecimiento de forma tan desigual, jamás lograremos erradicar la pobreza.En lugar de reforzar los programas sociales e incrementar el gasto con el objetivo de invertir en los cuidados y combatir la desigualdad, los gobiernos están aumentando los impuestos a los sectores más pobres de la población, reduciendo el gasto público y privatizando los servicios de educación y salud, en muchos casos siguiendo los consejos de instituciones financieras como el Fondo Monetario Internacional (FMI). Oxfam ha demostrado que los programas del FMI agravan la desigualdad.
Pese a las numerosas muestras de preocupación por la brecha entre ricos y pobres y sus devastadoras consecuencias, la mayoría de los líderes mundiales impulsan políticas que ensanchan esa brecha. El autoritarismo de líderes como el Presidente de Estados Unidos Donald Trump, y el Presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, son una prueba de esta tendencia: plantean políticas como rebajas fiscales a los milmillonarios u obstaculizan las medidas para luchar contra la emergencia climática, o alimentan el racismo, el sexismo y el odio a las minorías.
Ante este tipo de políticas, millones de personas de todo el mundo se han unido para decir basta. Desde Chile hasta Alemania, hay manifestaciones masivas en contra de la desigualdad. La élite rica y poderosa podrá utilizar su dinero para librarse de las consecuencias de esta crisis, pero las personas en situación de pobreza y privadas de poder no tendrán esa oportunidad.
El informe concluye con un llamado a “los Gobiernos que deben adoptar medidas valientes y decididas para construir una nueva economía más humana, al servicio de todas las personas y no solo de una pequeña élite rica; una economía que ponga los cuidados y el bienestar por delante del beneficio económico y la acumulación de riqueza”.
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