El calentamiento global amenaza con hacer inhabitable nuestro planeta para el ser humano. En esto coinciden los científicos más serios del mundo. El fenómeno se debe a las altas emisiones a la atmósfera de gases de efecto invernadero (metano, vapor de agua, óxidos de nitrógeno, ozono, dióxido de carbono y clorofluorocarbonos ).
Este grupo de gases retienen el calor del suelo terrestre dentro de la atmósfera y evitan que se libere en el espacio provocando un incremento de la temperatura terrestre.
El sector energético es el más pernicioso con el 24 por ciento de las emanaciones de gases nocivos. La industria y el transporte son responsables del catorce por ciento respectivamente; los edificios (con sus sistemas de calefacción y refrigeración) del ocho por ciento y otras actividades el cinco por ciento.
El tercio restante corresponde al uso del suelo donde la deforestación, la agricultura y los residuos constituyen las principales fuentes de contaminación.
Es evidente que para poder controlar o atenuar esta situación es fundamental atacar las causas de fondo. Según todos los estudios, no alcanza con abordar los efectos sino que es fundamental reducir las emisiones cambiando los patrones de producción y consumo.
Esta solución de fondo no es abordada con la seriedad que se merece en una sociedad donde la industrialización para la producción y consumo de mercancías es la columna vertebral del sistema económico.
En los últimos veinte años, se duplicaron los desastres naturales y la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados pronostica que en los próximos cincuenta años habría 250 millones de personas obligadas a emigrar de sus asentamientos por causas del cambio climático.
Estos efectos devastadores producen miles de muertes que no sólo tienen que ver con desastres naturales, sino también con el hambre que es provocada en enormes regiones por el clima que, según la FAO, es una de las peores amenazas para la seguridad alimentaria.
En todos los casos, los pobres son los más afectados ya que son los que están más alejados de la posesión de la tierra y el agua.
Obama está pidiendo que se lo espere un año, porque la atención en su país está centrada ahora en asuntos como la nueva reforma al sistema de salud.
Los gobiernos europeos opinan que lo importante es alcanzar un acuerdo político para luego resolver lo que llaman tecnicismos.
El resto de los países emergentes y subdesarrollados y las organizaciones ecologistas sostienen la necesidad de un acuerdo jurídicamente vinculante, que obligue a su cumplimiento bajo un tratado internacional.
El representante de Sudan, Lumumba Di-Aping, fue claro en expresar la posición del continente africano, uno de los más perjudicados, al afirmar que no subvencionaran el estilo de vida de las potencias que crearon el problema.
Algunos de nosotros nunca llegaremos a ser economías emergentes, seremos sumergentes, dijo el delegado de Leshoto al referirse a las condiciones de su país amenazado por la elevación del nivel del mar.
Así las cosas, las probabilidades de que en Copenhague se alcance un acuerdo de fondo se van esfumando y se trasladarían a la próxima reunión que sería en junio del 2010 o, peor aún, para la de diciembre de ese año en México.
Para hacer el panorama más desalentador es sorprendente que en ninguna de estas Cumbres se hable acerca de la manipulación del clima que realizan de manera abierta o embozada países como Estados Unidos, Rusia y China; y menos aún de los experimentos como el Haarp ( Programa de Investigación de Aurora Activa de Alta Frecuencia), y el Sura en Rusia; que fueron denunciados como investigaciones para manipular el medio ambiente con fines militares, disimulados como estudios científicos de la ionósfera.
Como se ve, para Estados Unidos y Europa el problema es económico y tiene importancia geopolítica; para los países más pobres es además un problema de supervivencia.
Sábado 14 de noviembre de 2009/ Redacción: Félix Arnaldo/ Edición: Gastón Fedeli/ Visión Siete Internacional/ © Noticiero Visión Siete/ TV Pública/ Argentina